Blog de Juan Antonio Ruescas, profesor de Filosofía y ciudadanía.
Abierto a la participación de los alumnos de esta y de otras materias del Departamento de Filosofía

miércoles, 23 de junio de 2010

En una publicación del CEP de San Clemente he colaborado con un breve escrito del que propongo en este blog el siguiente fragmento:

Una escena a la manera de Platón

A los postres, uno de los discípulos expuso su cuestión al maestro:

DISCÍPULO: - Maestro, ¿puede un hombre joven sentir que este mundo ya no es su mundo?

MAESTRO: - Me inclino a pensar que no.

D. – ¿Por qué?

M. – Verás. Sólo aquel que ha amado su tiempo y se ha apasionado por su mundo puede sentirse extraño cuando sus ojos ya no reconocen lo que ven a su alrededor. Sólo aquel que ha envejecido cruzando el desierto, amándolo, puede irse en paz sin pisar la tierra que sus hermanos aún desean. Y tú apenas has comenzado a pisar el desierto. Por eso, si es verdad lo que dices, si sientes que éste ya no es tu mundo, no deberías considerarte una mera víctima del apresurado fluir del tiempo. No sólo te habrían robado tu mundo. También ocurriría que te falta coraje para hacer de este mundo “tu mundo”. Habrías renunciado a ser un creador. Si has renunciado a eso, verdaderamente este mundo ya no es tu mundo, pero el tuyo es un destierro culpable.

D. - Pero es que a veces me siento viejo. Aunque no tengo muchos años, a veces siento que los más jóvenes son ya demasiado distintos de mí.

M. - Cuidado: ni se puede ni se debe anticipar la vejez. Mucho peor que la culpable minoría de edad, que consiste en no atreverse a pensar, es la culpable vejez, que consiste en no tener el valor de ilusionarse.

D. - ¿Y no hay excepciones?

M. - Sí, las hay. Siempre hubo espíritus excepcionales, cuya existencia fue lo suficientemente intensa como para que su vejez temprana no fuese la coartada para su pereza. Pero no te permitas la vanidad de pensar que eres uno de ellos.

D. - Entonces, si me siento viejo antes de tiempo, seguramente no sea síntoma de vigor, sino de claudicación.

M. - Así lo parece, si las cosas son como las hemos dicho. ¿O crees que omitimos algo?

D. - Sí. Creo que habría que considerar algo más. Sin embargo, para explicártelo, te pediré que me permitas dar algún rodeo.

M. - Adelante.

D. - ¿No crees que mi extrañamiento del mundo sería menos culpable si mi situación me fuese dada como algo impuesto?

M. - Quizá. ¿Crees que eso es lo que te ocurre?

D. - Sí, así lo creo, aunque estoy seguro de que, más adelante, tú por tu parte querrás completar el paisaje que te estoy pintando. Pero deja que de momento sea yo el que dibuje.

M. – Dibuja.

D. - Creo, efectivamente, que mi destierro –si así convenimos en llamarlo- tiene algo de destierro impuesto. Es un destino. Cuando he reflexionado sobre ello, he llegado a concluir que, desde mis años de infancia, este mundo ya no era mi mundo.

M. - ¿Por qué?

D. - Porque no elegí la educación que había de recibir.

M. - Y de ahí viene todo ¿verdad?

D. - Sí… me educaron para habitar un mundo que ya no existe. Y eso es una pesada carga. No puedo dejar de ser lo que mi educación hizo de mí, pero esa educación ya no me vale.

M. - Entonces ¿repudias tu educación?

D. - No diría yo tanto. A veces pienso que es mi mayor tesoro. Pero es que la educación es el mayor tesoro y, al mismo tiempo, nos trae la mayor nostalgia.

M. - Creo que te entiendo pero, donde tú dices “nostalgia” ¿no crees que deberíamos decir “anhelo”?

D. - ¿Qué diferencia hay?

M. - Bueno… yo diría que sentimos nostalgia cuando echamos de menos algo que ya pasó. En cambio, llamo “anhelo” al deseo de algo que aún no ha tenido lugar.

D. - Creo que ya veo a dónde me conduces. Pero te agradecería que me lo explicases un poco más.

M. - Lo que quiero decir es que ese mundo para el que te educaron nunca existió. Tus maestros tampoco lo conocieron. Pero se atrevieron a desearlo. No te educaron para que supieses cómo fueron las cosas un día y cómo deberían seguir siendo. Te educaron en valores que no eran, entonces, mucho más respetados que ahora.

D. – Entonces, moralmente, no vivimos peores tiempos que los de mi niñez.

M. - Yo diría que no. Pero si me muestras en la actualidad mayores tropelías que las que hubo en el pasado, quizá me harías dudar.

D. – No estoy seguro de poder mostrarte tales tropelías.

M. – En tal caso, mejor sería evitar la osadía de condenar el presente de forma precipitada.

D. – Seguramente. Pero aún hay algo que no tengo claro

M. – Tú dirás.

D. – Bueno… para ser coherente con lo que has dicho hasta ahora, tendrías que admitir que quizá, en parte, mi descontento con los tiempos que vivimos puede estar justificado, siempre que no sea coartada de mi comodidad sino ejercicio de mi espíritu crítico.

M. – De acuerdo.

D. – Pero entonces, me hablas de un difícil el equilibrio entre la culpable minoría de edad y la culpable vejez.

M. – Sí.