He trabajado en clase con los alumnos a partir de un texto de Fernando Savater que quiero proponer en este blog:
«La ciudadanía democrática es la forma de organización social de los iguales, frente a las antiguas sociedades tribales formadas por idénticos y las sociedades jerárquicas que imponen desigualdades “naturales” entre los miembros de la comunidad. Los iguales lo son en derechos y deberes, no en raza, sexo, cultura, capacidades físicas o intelectuales ni creencias religiosas: es decir, igual titularidad de garantías políticas y asistencia social, así como igual obligación de acatar leyes que la sociedad por medio de sus representantes se ha dado a sí misma. En una palabra, el ciudadano es el sujeto de la libertad política y de la responsabilidad que implica su ejercicio» (FERNANDO SAVATER. Diccionario del ciudadano sin miedo a saber. Ariel).
He querido recordar a los alumnos que la igualdad de la que habla Savater no es otra que la igualdad de la que habla el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todos los seres humanos nacen libre e iguales en dignidad y derechos…». Es decir: igual valor de todo ser humano y diversos rasgos en cada uno. Pero me pregunto de dónde podría o debería nacer nuestra convicción de que todo ser humano es igual en dignidad. ¿Es una verdad objetiva? ¿Es una apuesta por la que creemos mejor forma de vida? ¿Es una herencia de las tradiciones religiosas? ¿Es un invento moderno? Recibiré encantado vuestras opiniones sobre este punto.